CORNUCOPIA



Lavó la gran caracola de mar en la corriente dulce y se la puso en la oreja... El canto era inconfundible; pidió un bolígrafo al camarero y garrapateó entre la serigrafía de la servilleta los números que cantaban los de San Ildefonso*. Cinco meses después firmó con impecable caligrafía su internamiento en un centro de reposo: «¿Qué probabilidades había…? ¡Por la diosa Rosmerta! ¡Si solo era agua del grifo!».